
Se murió la madre, y murió la hermana, también murió la hija.
Se murió la esposa… la compañera.
Murió la guerrera, murió la víctima. También sucumbió la mujer que buscaba venganza.
Falleció en el mismo instante la bondadosa y la maléfica.
Murió la bruja de letras, aromas, pócimas y tejidos: estambres y pistilos. Sucedió en aquella madrugada inimaginable bañada en llantos descendientes de distintas realidades.
Aquella agraciada mujer, nos dejó su perene ausencia y también el espejismo que había creado de sí misma, se desvaneció la beata y junto con la atea.
Dejamos de escuchar sus cantos, se esfumó en sonidos que aún tienen ecos poderosos que era imposible anticipar, un desperdicio de sabiduría tratar de adivinar.
Todo y más ocurrió en aquel instante en el que ella … murió mil veces, en la intransferible experiencia de los miles que de distintas e indescriptibles maneras compartimos su andar.
Martha Yolanda Vargas Caballero / Paloma Domitsú
Agosto 2020