
Entonces la vi… vi a la niña que lloraba, que gritaba y que dolía; la vi de rodillas en el sillón con sus brazos recargados en el respaldo, mirando hacia la ventana. Observando las luces de la ciudad, contemplando las luces de sus pasiones.
Y se veía llorando, gimiendo, doliendo, cambiando.
La tomé entre mis manos ¡y la perdoné!… y dejé que me perdonara, sólo porqué ella lo necesitaba. En realidad, no había nada que perdonar.
Salió corriendo y jugó con las amigas que nunca antes tuvo. Usó la ropa linda que nunca usó antes, y en medio de mil risas se desnudó completa, se desnudó de todo y se dio cuenta que era hermosa. Se miró al espejo y supo que era verdad, que su cuerpo era ya el de una mujer.
Y se tocó, y se volvió a llorar, a correr, a doler. Pero esta vez era más real lo que percibía de ella misma. Se alejaba y se acercaba de las versiones de la realidad que le obligaron a vivir. Se acercaba cada vez más a las visiones de lo que ella anhelaba vivir.
Y nuevamente en esa ventana, con el alma abierta y las luces de su realidad parpadeando, se arrojaba a ese abismo y se permitía vivir.
Perdonaba, olvidaba, lloraba, gritaba y dolía, pero ahora volando, soñando, soltando.
La vi en esa misma ventana, con su melena imprudente y sus dientes rebeldes. Con sus sueños insistentes, con sus espejismos consientes, su altanería y su miedo. La volví a tomar entre mis manos. Era tan mía. La miré directamente a los ojos y me lancé al abismo al que ella se arroja para vivir.
Supe que siempre estaría ahí, en mí… llorando, doliendo, gritando, corriendo, amando, volando, soñando, soltando. Descubriéndose a través del cristal de aquella enorme ventana donde seduce a las luces de la ciudad.
Paloma Domitsú
En honor a todas las mujeres que se atreven a ser
Honrar a tu niña herida
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Así es! y abrazarla y sentirla en lo profundo…
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