A los fatuos y arrogantes, sólo la espada, los pies y la espalda. A los que miran como queriendo no mirarte, como haciendo un favor. A esos cuyo centro del universo no es la tierra, sino ellos mismos, y cierran los ojos a todas las demás posibilidades. A los que se alimentan de la purulencia que sale de las heridas de los leprosos para verse a sí mismos sanos, sin ver que su piel está pegada a sus huesos y ambarina.
¡Presumen! Sólo de sus blandos huesos cuya única utilidad es ser roídos por aves de rapiña. Van vociferando de su dignidad y su sapiencia, y no se dan cuenta que quien lo escucha, es un iletrado que obviamente lo adulará como él espera.
¡Cuánta es su ceguera!, ¡Qué desprendidos de la realidad están! Van por las calles sintiéndose gigantes al lado de los enanos, y criticando a los más endebles, luchan en un campo de batalla desleal que sólo existe en su imaginación, donde pretenden vencer y sentirse fuertes. Los que escuchan su historia, la creen y con ojos de admiración aplauden sus triunfos. Triunfos que sólo existen en sus minúsculos pensamientos. Cuentan haber vencido dragones y estar preparados para conquistar sirenas. ¡Necios! Ellos y los que escuchan transpiran ignorancia. ¡No existen los dragones!, sólo leones feroces que con su fuerza imponente y su dominio, destruirían con un rugido a esos necios. ¡No existen sirenas!, sólo mujeres con marcas en la piel, mujeres simplemente indescriptibles, neciamente hermosas, con sus carnes vivas, que sienten una mezcla extraña de compasión y rabia al ver pasar a este despojo humano frente a ellas. Mujeres que miran más allá de las estrellas, no aquellas con las que él se acuesta por las tardes, aquellas que sólo le miran entre las piernas y le buscan en los bolsillos.
Yo soy un Caballero… arrogante también, arrogante al extremo. Pero no camino entre enanos solamente para creerme enorme, no hablo con ignorantes, no me comparo con leprosos, no me alimento de supuraciones. Soy arrogante con la vida, me gusta saberme más, que puedo más. Pero no en un sueño de sirenas y dragones, sino en una realidad de batallas, leones y mujeres que exploran las estrellas; en una constante realidad que modera mi insolencia.
Soy arrogante, mucho más que el que más. … Pero también sé doblar la mirada ante aquel cuya sapiencia y armadura me deslumbran, tengo la paciencia para escuchar y contener mis impulsos de presunción ante aquel que me supera, para aprender de él. Puedo ofrecerle mi lealtad y mi fuerza, para empaparme de la dignidad que le reviste. Tengo la humildad de reconocer cuando alguien me supera, y encontrar en la alabanza y admiración a sus batallas, una fuente de experiencia y gozo, de silencio y crecimiento.
Pasando por ahí, estaba a punto de retar a duelo a aquellos necios, pero… es mejor dejarlos rodeados de leprosos. Algún día… yo me contagiaré de las virtudes de los sabios y fuertes, algún día aquellos endebles morirán de lepra.