Pasión y deseo, deberían… por amor no existir en esta alma. Pasión y deseo desmedidos, desorientados, que hacen que las bocas rumoren de mi
concupiscencia.

Tantos sentimientos incontrolables, impertinentes, dominantes, que se apoderan de mi alma, y la seducen hasta hacerla caer suplicante a tus pies. Tanta ira incontenible que reclama la verdad que aún no le ha sido saldada, y se desborda sin compasión ante cualquier mirada sin conciencia de esta deuda, ira que se externa sin contemplación al daño que pueda causar.
Cuanta vanidad se apodera de mi cuerpo y lo desnuda y lo posee, y se adueña de cada instante físico de su existencia pasajera, cuanta vanidad engrandecida por la mediocridad que le rodea, que la alimenta y la hace más fuerte, para después con voz tibia y frágil preguntarle, porque es excelsa.
Cuanta indiferencia hiere el alma a cada instante que callas tu sufrimiento, y derramas tu llanto hacia el oriente de mi ocaso, cuando tu miedo a confesar que las pasiones te consumen como a mí, te hace cobarde e indiferente.
Tantas mentiras dominan estas palabras, que antes libres regalaban la verdad de un corazón, verdad que sólo tristeza le hizo ver a mis ojos, cada vez que te entregaba de mi alma, que te regalaba mi razón; cada vez que pretendía ser como agua transparente, un castillo de cristal que más de una vez ultrajado fue.
Cuanta tristeza desmedida, y cuanto dolor que no se apaga, cuantos amores que mueren, cuantos amores que nacen y cuantos que resucitan de una tumba de nostalgia, cripta que se quiebra en un amanecer en los brazos de cualquier otro amor. Que desborde de deseo incontenible de errar, de no pensar y de dejarse llevar por la caricia provocadora de la incertidumbre, del deseo del bien y el mal, entrelazados en un abismo de dudas.
Que deseos de volverme impulsos y provocaciones sin materia, llevándome más allá de esta irresolución tan mundana.
Que capricho tan extraño de ser todo eso prohibido por tu boca y por tus ojos que me juzgan. Que apocalíptico anhelo de encontrarme con la grandeza de esa benignidad que en ti se encarna en luz siendo yo, por soberbia, oscuridad.
Paloma Domitsu / Martha Vargas
México 2001