
A los fatuos y arrogantes, sólo la espada, los pies y la espalda. A los que miran como queriendo no mirarte, como haciendo un favor. A esos cuyo centro del universo no es la tierra, sino ellos mismos, y cierran los ojos a todas las demás posibilidades. A los que se alimentan de la purulencia que sale de las heridas de los leprosos para verse a sí mismos sanos, sin ver que su piel está pegada a sus huesos y ambarina.
¡Presumen! Sólo de sus blandos huesos cuya única utilidad es ser roídos por aves de rapiña. Van vociferando de su dignidad y su sapiencia, y no se dan cuenta que quien lo escucha, es un iletrado que obviamente lo adulará como él espera.




