
Fue un sonido constante, agudo, corrosivo e inoportuno quién anunció la catástrofe.
Mis oídos retumbaron por el estruendo, y como si tuvieran vida propia, decidieron aprender esa melodía apocalíptica que antecedió a la hecatombe.
No los he podido convencer de que olviden ese canto despiadado… me lo repiten constantemente, vengativos. Tal vez dejen de hacerlo cuando ya nada quede en pie en los alrededores.
En ese instante, absolutamente todo se consumió, cada cosa fue absorbida por sí misma. ¡Todo implosionó! a excepción del templo… aquel en que diario he orado por casi 50 años, ese… colapsó a mis espaldas.
Sus pesados fragmentos me cayeron encima, me trituraron los pulmones, dejando entrar apenas un hilo de aire respirable. Me estrujaron el cerebro como si lo hubieran querido extraer de mi cráneo y robarlo, como unos tantos lo han intentado sin éxito.
Quién lo diría ¡Aplastada por un santuario, por un espacio que nació para ser refugio… no tumba!
Repitiendo la historia que viviera mi abuela hace más de 100 años: atrapada bajo los restos de la iglesia de aquel pueblo perdido, al que tuvo que huir para matar una vergüenza que ni siquiera era la suya.
Ahí estaba yo, como ella hace un siglo, con el vientre pegado al piso, respirando por el ombligo, alineando mis latidos acelerados con los estruendosos rugidos de la tierra que se manifiestan en volcanes, ardientes y furiosos…. como yo.
Aprisionada y obscura, mis sentidos me alertaban que, aunque no lo viera, poco a poco todo lo demás a mí alrededor se seguirá colapsando en cámara lenta sin la intención de matarme, solo de atraparme de por vida en una prisión obscura y fría, presa de mis más grandes miedos y fobias, lejos de la luz y consumiendo mi memoria y mi alegría.
Desaparecí por más de seis meses sin que nadie se percatara, o simplemente no les fue relevante.
Solo mi padre y mi amado me buscaron, y algunas de las fantasmas en quién confío. ¿Seguía con vida?
!Seguía con vida¡ y lo sabían, me sentían vibrar en la lejanía.
Me buscaron donde pensé moriría y removiendo con sus propias manos los escombros, lograron ver mi cabeza, mis ojos y mis pies respectivamente, identificaron mi voz, mi respiración, mi llanto silencioso, mis latidos intermitentes y ahora irregulares, como mi sentido de pertenencia a la vida.
¡Y sin embargo conservo la esperanza!,
Sorprendida de haber visto mi final anticipadamente.
¡Sigo creyendo en la vida a pesar de haber visto caer todo a mi alrededor en la injusta aleatoriedad de esta existencia depredadora! ¡Esta vida no es más que una transición pasajera a otro plano al que ascenderá nuestra energía y materia! ¡Sigo creyendo en ti a pesar de haber estado tan sola!
Aun amo la vida, porque tengo tres cosas que amar. Aunque haya visto desintegrarse lo que de mi sabia, por mucho que haya visto desaparecer todo en lo que creía, sigo creyendo que mi vida es mía y por eso es valiosa, confio … pese a que fui arrasada por aquella diminuta esfera con picos que me perdonó la vida.
No hay palabras ni razones para embellecer una sensación tan aterradora e injusta, una sensación mortal.
Salí sin fuerzas, destruida, cansada, herida, diluida como una gota de sangre en el mar, con una sensación de abandono muy difícil de explicar, pero salí y volví a respirar en paz.
Hoy estoy aprendiendo de nuevo a andar y a ser fuego sin consumirme.
Me levantaré, me elevaré, bailaré otra vez, me volveré a reír a carcajadas, me seguiré escribiendo e hilando con música lo que no hago con colores ni estambres, seguiré creyendo en los que no creen en mí, ni en sí mismos y en los que aman solo por el placer de amar. Temblaré de terror, y aun así marcharé lejos buscando siempre un lugar mejor para reinventarme. Siempre volveré.
Aunque no preguntaras por mí, quería que lo supieras… sigo aquí y estoy bien, sigo en pie, siempre mía, siempre resiliente, sobreviviente a mis propios dramas.
Discúlpame, me ha hecho bien decírtelo. Si te perturba escucharlo te agradeceré olvides esta charla, ya lo has hecho antes con cosas más importantes.
Ahora puedes irte en paz, esta catarsis ha terminado.
Paloma Domitsú / Martha Yolanda Vargas Caballero
Junio 2022